El Cocinero Suicida: San Cipriano...



San Cipriano; he decidido mantener el anonimato del establecimiento usando diferente nombre con la misma rima. El nombre le viene en herencia, primero de su abuelo Don Cipriano y más tarde, tras un rifirrafe con hacienda que acabó con el destierro del abuelo de su propia tasca, de su padre San Cipriano, al que los parroquianos confirieron galones de santo por vivir feliz bajo el yugo de un padre dominante y el de una esposa terca, de cardado exagerado y con tendencia a elevar la voz.

El Cipri heredó una bocadillería con solera, en el casco antiguo, salida a dos calles, y una fama justa labrada a base de embutido leonés, pan gallego, cortos de cerveza y vino peleón. Quizás no contara con la clientela más selecta del mundo, pero la que tenía al menos le era fiel.

Cipri siempre tuvo sueños de grandeza y complejo de pobre...mala mezcla. Abandonar la estirpe familiar de estrecheces y trabajo duro, para elevarse en la escala social como si los Dioses con delicados gestos se afanaran en ello, era un sueño que comenzó a dibujarse en su cabeza desde bien pequeño. Las sospechas comenzaron mientras su madre cantaba a su único hijo sus mil virtudes y nulos defectos, y le quedaron confirmadas aquel día, en 5 de EGB, en el que rozó el cielo con los dedos, logrando una calificación de 4.5 en dibujo técnico.

Los Dioses le habían señalado con el dedo y treparía por las clases sociales como Jumpman esquivando barriles en el Donkey Kong, él lo sabía y su camiseta de Motorhead con el lema “Born to lose, live to win” (LOGSE translator: Nacido para perder, viviendo para ganar) lo pregonaba a los cuatro vientos.

San Cipriano se hizo otro agujero en el cinturón y lo envió a las más exclusivas escuelas de negocios, su señora estaba más que orgullosa. Diez años después, y con el título de “Organización Empresarial Básica” de CCC bajo el brazo, El Cipri se supo preparado. Cervezas enfriadas a 0º, servidas en copa balón, cocina internacional y sistema americano...todo acorde con los tiempos. Conocía la demanda y ahora sólo tenía que acomodar su oferta.

Heredado el establecimiento, se entregó en cuerpo y alma a retocar, con sutiles pinceladas, las cartas que con letras aptas para invidentes ofrecían sus especialidades desde detrás de la barra. Eché de menos aquel bocadillo de bacon-queso que desapareció escondido tras el rótulo que rezaba emparedado de ibérico y rulo de cabra y casi eché una lágrima cuando al de lomo con pimientos le paso otro tanto de lo mismo. Pero él, El Cipri, era insistente y mientras las paredes se llenaban de vistosos carteles de hamburguesas y tostas de foie, las Pepsicolas y otras bebidas carbonatadas florecían donde otrora lo hicieran los tubos de cerveza.
El día que el rótulo de Jimeno embutido del Bierzo se cayó de la pared para hacer sitio al de choripán sentí atravesarme el pecho la saeta de la nostalgia que ahora, nueve meses después, me ha hecho volver sobre mis pasos.

Una voz de acento almibarado me saca de mis cavilaciones: -¿pollo o cordero?
-¿mande? -Le respondo en correctísimo castellano. -Kebab de pollo o de cordero -insiste.
Aún permanezco unos instantes más abrumado por la letanía de mis recuerdos. –Una cerveza -le contesto. –Con menú kebab 6.50 -responde.
-No gracias, sólo la cerveza.

La cerveza viene en lata, ni copa balón, ni vaso de tubo, pero al menos está fría...acorde con los tiempos.
Hacen falta tres generaciones para cerrar el círculo vital de un negocio, la primera para crearlo, la segunda para agrandarlo y la tercera para quebrarlo….eso no lo enseñan ni CCC ni en ninguna escuela de negocios.
Guardad las palomitas, que cualquier otro día sigo con mis películas.
   -EL COCINERO SUICIDA.

Comentarios

  1. ¡Qué buen relato! Lamentablemente es la triste realidad de muchos negocios aunque me haya reído con la historia.

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    1. Gracias Alicia, por tu comentario, me alegro de que te guste el relato. Agridulce, como la vida misma. Un saludo desde Asturias.

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