Artículo: Tóngueme por favor.

 Bajé las escaleras con tranquilidad, nos habían recomendado aquella moderna hamburguesería de diseño haciendo hincapié en la originalidad de sus platos. Un establecimiento contemporáneo aderezado con ese toque vintage tan de moda. Una camarera más maja que las pesetas nos acompañó a una mesa apaciblemente resguardada tras una etérea celosía de madera…hasta que llegó la carta todo bien. Hamburguesa de avestruz, de cebra, de jirafa, de cocodrilo, de ñu, de ñu comido por cocodrilo, de huevo de cebra, de plumas de jirafa…de todo. Me costó trabajo dejar de imaginarme al chef apostado junto a la ventana, escopeta en mano, no fuera que pasase un burro volando y pudiera incorporarlo a la carta de su restaurante.

En el país de las panderetas, los tronistas y las folclóricas existe un género literario denominado novela picaresca, cuyos máximos adalides son el Lazarillo y el Buscón. Quizás por el arraigo cultural que la trampa tiene en nuestro cultura no consideremos la pillería como una lacra sino como una simpática mácula.
En este país sigue considerándose arte la legendaria pericia del gitano al negociar o la desmedida habilidad del usurero para enriquecerse. Aquí vemos normal que nuestra compañía eléctrica nos active por obra y gracia del Espíritu Santo servicios no contratados…funciona, acciona, mierdona…si se trata de la compañía telefónica otro tanto de lo mismo…teléfonos de atención al cliente más caros que un viaje de estudios a la estrella polar, recibos sólo aptos para intelectuales de las ciencias exactas. Y qué decir de nuestros políticos, expertos en prometer en la previa de las elecciones para desdecirse tres segundos después de asegurarse sus cuatro años de gobierno.

Pues bien, estas trampillas, que tan bien toleramos, han llegado a las cartas de los restaurantes y, por desgracia, vienen para quedarse. A nadie le extraña encontrar en la carta ensaladas de marisco a base de palitos de surimi o gallo de corral a base de pollo viejo cocido en Avecrém. Glutamato monosódico, sorbitol, esferizántes, colorantes y mierdoladas varias, todo lo necesario para engañar al comensal y hacer colar la sopa de sobre por los besos húmedos de Afrodita.
Lo cierto es que nos gusta que nos engañen y eso nos hace proclives a caer en la "engañifa", nos "priva" ir al restaurante y que el menú incluya jabalí al horno, solomillo de toro o entrecot de kobe wagyu. Eso sí a 6 euros…Nos "cunde" dejarnos engañar cuando a ninguno se nos escapa que por ese precio no conseguiremos darle un mordisco ni a la jirafa más vieja del zoo, enferma de disentería y cólera. Nos gusta el gato, eso sí, siempre que nos lo vendan como liebre…y podamos etiquetarlo como tal. Una foto con nuestro Smartphone nuevecito, un par de filtros facilones y directo al "facetwiteristagram", que por 6 euros vamos a darle envidia hasta a Justin Bieber.

No decimos la verdad ni al médico. Y si nos enfrentamos a la bata blanca y al estetoscopio preguntamos con la respuesta implícita, eso no falla: -¿No estoy tan mal verdad doctor?hombre, tan mal tan mal, no. Sonrisa y “pa casa”, es lo que queríamos oír aunque nos caigamos a cachos comidos por la lepra.

Creo que el chef acertaba tratando de cazar un burro, lo único que erraba era la dirección del cañón del rifle, no pasaba volando, estaba sentado a la mesa.

Artículo - V. Fernández.

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