Esta semana La OMS ha anunciado a bombo y platillo la influencia cancerígena de las carnes rojas y preparadas, dándome la oportunidad de demostrar mi valor y hombría haciendo la compra pasando, con los cojones de un torero, tanto de sus recomendaciones como de anteriores alertas alimentarias referentes a las vacas locas, la brucelosis, la peste bobina, equina y aviar, la lengua azul, los anisakis, los pepinos alemanes radiactivos y demas mierdas, haciendo mío el dicho popular que reza: "de algo hay que morir"
Mientras mi horario y mi monedero me lo permitan yo seguiré comprando en los comercios de barrio, en esos en los que el tendero te conoce por el nombre y te saluda por la calle. Siempre procuro comprar lo más cerca posible de mi casa, lo hago con la absoluta certeza de que si gastas los dineros cerca de casa es más probable que vuelvan otra vez a tu bolsillo.
Manolo es a las morcillas y a la cinta de lomo lo que Emilio Botín fue a los créditos y los dividendos. Los dos descienden de familias de prestigio (cada una en lo suyo) y regentan un negocio cuyo linaje que se remonta a Adán y Eva.
“Carnicería Manolo” está a tiro de piedra de mi portal, es una carnicería de rancio abolengo, de las que huelen a panceta curada, a chorizo y a pimentón. No le falta detalle: una planta medio muerta que se resiste a abandonar este mundo, el papel de estraza, la señora con la banqueta y el bastón y el fluorescente que te hipnotiza con su rítmico parpadeo.
El mostrador siempre está bien surtido y Manolo maneja el cuchillo con igual maestría que Manolete el estoque y el capote. Lo mismo prepara ternera, que cerdo, que pollo…lo que sea; unos golpes de cuchillo majestuosos y lo bueno va a la báscula y el resto al caldero. (Por cierto ¿alguien sabe adónde va lo del caldero?, porque ni Manolo ni nadie pueden tener un perro con tanto apetito; a no ser que Manolo esconda un dragón en el sótano de la carnicería algo no cuadra).
Hoy entre las delicias culinarias de "Carnicería Manolo" tenemos rabo de toro (tranquilos todos, que es el rabo de atrás, no el de adelante), además es de ternera, que por estos lares no se estila el toro de lidia.
Yo nunca he ido a los toros y sé que hablar aquí de ello herirá las sensibilidades tanto de los taurinos como de los antitaurinos, pero como soy El Cocinero Suicida, me la fuma. Voy a soltar lo que me plazca y me voy a quedar tan ancho.
Como venía diciendo, jamás he acudido a una corrida de toros, al igual que nunca me he visto en una velada de boxeo, tengo esa curiosidad morbosa tan española, esa que coloca cada día en lo alto del share televisivo a los herederos de “Aquí no hay Tomate” (véase, Sálvame, Tengo una carta para ti y un largo etcétera de detritus televisivos). Aunque creo que no me va a gustar, igual que no creo que me guste ver a dos mamelucos moliéndose a palos encima del cuadrilátero. Los taurinos me hablarán de verónicas, medias verónicas y chicuelinas, y los antitaurinos de violencia animal. Ante esta disyuntiva se me vienen a la memoria las palabras vertidas en un programa de televisión, de cuyo nombre no logro acordarme, por el gran maestro de la pluma y la guitarra Joaquín Sabina, que venía a decir algo así: “creo que deberían prohibir las corridas de toros, pero entre que las prohíben y no, no me pienso perder ni una”. En mi caso no voy tan allá como el maestro y me conformo con pasarme un día por la plaza, aunque sea un ratejo.
El fluorescente no deja de parpadear y la vieja de la banqueta suspira, pero mantiene firme la postura, como una estatua. Es mi turno, Manolo es grande con unas manos nacidas y criadas para deshuesar y una cara ancha, colorada y redonda empotrada en los hombros.
-¿Que va a ser? –me pregunta tan seco como siempre (cuando Dios repartió dulzura, Manolo había salido a comer el pincho).
Yo lucho conmigo mismo…trato de evitarlo… de concentrarme en la vieja pocha y el fluorescente de los cojones…me esfuerzo por lidiar con mi parte suicida…no lo consigo.
-Manolo… ¿tienes rabo?
Manolo, que tiene el carácter seco, me mira con cara de besugo, maldita la gracia que le ha hecho, no se ríe. Por el contrario a la señora de la banqueta se le escapa una risa agónica, de esas que no sabes si le está gustando o la están matando.
Guardad las palomitas, que cualquier otro día sigo con mis películas.
-EL COCINERO SUICIDA.
Fotos by http://castaybravura.blogspot.com.es & http://epoca1.valenciaplaza.com
Otro dicho que viene al cuento" lo que no mata engorda " en casa seguiremos comiendo como hasta ahora ,disfrutando de las maravillosas carnes retintas,jamón y todos los ibericos que se me pongan por delante!!!!!
ResponderEliminarSecundo la moción...me apunto a los ibéricos...¡ Gracias por tomarte el tiempo de comentar.
EliminarPues otro dicho, ese de mi madre, que decía : Cuando hay para carne, es vigilia. mi madre, siempre poco convencional le tenía una devoción a comer carne, como los católicos a Francisco y así, nos heredó el gusto por comer carne, de toda. Ella decía que lo único que se debe perder de un cerdo en la matanza son los pelos y las pezuñas, así que de todo, comíamos y seguimos comiendo de todo. que ¡¡Bendito dios que hay para carne!!.
ResponderEliminarSiempre ponen la cesta donde no "presta" la merienda. Si a mi padre le quitan el jamón seguro que se muere...pero de un infarto..¡ Gracias por tomarte el tiempo de comentar.
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